El efecto fotoeléctrico cuenta
con un sinfín de aplicaciones. Sirve, entre otras muchas cosas, para que no nos
pillen las puertas del ascensor, para generar energía o para hacer fotografías
digitales de forma incontrolada. En definitiva, pasa la prueba del “¿Y esto
para qué sirve?” con summa cum laude.
Su historia es toda una aventura y
para disfrutarla, viajaremos hasta finales del siglo XIX y principios del XX.
En 1864, James Clerk Maxwell
consiguió el mayor logro de la física del siglo XIX: la unificación de la
electricidad y el magnetismo a través de un conjunto de ecuaciones matemáticas
(más tarde reducidas a cuatro) que describían el comportamiento del fenómeno
que denominó electromagnetismo. Ludwig Boltzmann, tras ver la belleza de las
expresiones, no pudo evitar citar a Goethe: “¿Fue acaso un Dios quien escribió
estos signos?”
Dos décadas más tarde, en 1887,
H. Hertz aportó la corroboración experimental de la existencia de las ondas
electromagnéticas. Desgraciadamente, Maxwell había muerto en noviembre del
1879, a los 42 años. En palabras de Hertz:
“Los experimentos descritos
descartan, en mi opinión, cualquier duda sobre la identidad de la luz, el calor
radiante y el movimiento ondulatorio electromagnético. Creo que, a partir de
ahora, podremos servirnos de las ventajas que nos proporciona esta identidad
tanto en el estudio de la óptica como en el de la electricidad.”
Lo más curioso es que en esos
experimentos, Hertz descubrió de forma accidental el efecto fotoeléctrico que
llevaría a cuestionar, precisamente, la teoría ondulatoria que él mismo daba
por sentada. Experimentó “un fenómeno nuevo y completamente desconcertante”: la
chispa entre dos esferas de metal se volvía más brillante, se incrementaba la
descarga eléctrica, cuando una de ellas se hallaba iluminada con luz
ultravioleta. Pasó varios meses investigando este efecto pero se vio incapaz de
esbozar alguna teoría. Ni siquiera se conocía todavía la existencia del
electrón y, por tanto, era más dificultoso poder determinar el fenómeno que se
estaba produciendo. Lo que sí creyó es que se limitaba al uso de la luz
ultravioleta. “Naturalmente estaría bien que fuese menos problemático – admitió
Hertz -, pero tengo la esperanza de que, cuando esta confusión se resuelva, se
aclararán también nuevos hechos, como si fueran más sencillos de resolver”.
Desafortunadamente, Hertz también murió joven, a los 36 años, y no pudo saber
que estaba en lo cierto.
En 1899, dos años después de descubrir el electrón a partir del estudio de los rayos catódicos, Thomson sostuvo que las partículas emitidas en el efecto fotoeléctrico producido por la luz ultravioleta eran electrones ya que el valor del cociente m/q (masa/carga eléctrica) medido para estas coincidía con el de los electrones. En realidad este hecho no implicaba necesariamente que lo fuesen ya que podía tratarse de partículas hasta entonces desconocidas, que contaran con el mismo valor de este cociente pero se diferenciaran en otras propiedades. No obstante, la comunidad de físicos aceptó la conclusión de Thomson e impuso la denominación de fotoelectrones, aceptando que su generación podía deberse tanto a la luz ultravioleta como a radiación de cualquier otra frecuencia.
MAXWELL, WE’VE GOT A PROBLEM
Posteriormente, en 1902, Philipp
Lenard, ayudante de Hertz, llevó a cabo un estudio experimental sistemático del
efecto fotoeléctrico y descubrió que también se producía al ubicar dos placas
metálicas dentro de un tubo de vidrio en el que se había hecho el vacío. Al
conectar cada placa a una batería y hacer incidir luz ultravioleta en una de
ellas, se detectaba la presencia de corriente eléctrica debida a la emisión de
fotoelectrones desde la superficie metálica iluminada. La luz ultravioleta
proporciona a los electrones la energía suficiente para vencer el potencial de
contacto con el metal (trabajo de extracción) y atravesar el espacio que los
separa de la otra placa, completando el circuito.
Así pues, el dispositivo queda de la forma: dos superficies metálicas A (ánodo) y C (cátodo) contenidas en un recipiente en el que se ha hecho el vacío, un haz de luz monocromática (se generaliza el caso particular de la ultravioleta) y una ventana de cuarzo en la región de incidencia de la radiación electromagnética. Se emplea el cuarzo por mostrar menos opacidad a la radiación ultravioleta que el vidrio. La corriente fotoeléctrica se medirá con un galvanómetro G. El potencial existente entre A y C es la suma de la diferencia de potencial aplicada desde el exterior de forma controlada (pudiendo ser positiva o negativa) y, del potencial de contacto entre los metales.
Explicación teórica
Einstein, en 1905, explicó este fenómeno afirmando que la
energía no se transmite repartida en toda la onda (como se suponía en la teoría
clásica), sino agrupada en unos paquetes de energía que llamó fotones
(partícula sin masa en reposo, pero con una cantidad de movimiento y energía)
que se mueven con la onda. O mejor aún, que al moverse son guiados por una onda
que es la que se detecta en determinadas experiencias. Cuando la luz llega a la
superficie del metal la energía no se reparte equitativamente entre los átomos
que componen las primeras capas en las que el haz puede penetrar, sino que por
el contrario sólo algunos átomos son impactados por el fotón que lleva la
energía y, si esa energía es suficiente para extraer los electrones de la
atracción de los núcleos, los arranca del metal.
4.- La energía cinética de los electrones emitidos depende
de la frecuencia de la radiación incidente y de la posición que ocupa ese
electrón en el metal.
hv- hvo=½ m v2 .
(La energía incidente menos el trabajo de extracción es
igual a la energía cinética del electrón extraído). Ecuación de Einstein.
5.- Existe un potencial de corte (Vo) o potencial de frenado
para el que i=0. Este potencial de corte es independiente de la intensidad de
la radiación (I), pero depende de su frecuencia.
El producto del potencial por la carga es trabajo ( por la
definición de potencial V=W/q ). El trabajo de frenado (Voq) debe ser
suficiente para frenar a los electrones más rápidos, que son los que estaban
menos ligados aal metal.
Vo · qe=½ m v2 .
Según la teoría de conducción metálica de Sommerfeld los
electrones de conducción tienen diferentes energías de unión al metal. Se puede
establecer la distribución de electrones por energías aplicando la teoría
estadística de Fermi-Dirac.
En el gráfico anterior vemos varios electrones (bolas
rojas). El electrón ligado al metal con una energía Em (máxima) al ser extraído
alcanza una energía cinética máxima entre la de todos los electrones. Otro
electrón más ligado, situado en Ei requerirá más energía de extracción y por lo
tanto alcanza una energía cinética menor. Un electrón muy ligado no puede ser
extraído, quiza pueda sólo ser promocionado a un nivel superior.
La explicación de Einstein coincide con los hechos
experimentales. Si se repartiese la energía de la onda entre los trillones de
átomos en los que incide la radiación, tardarían años en acumular la energía
necesaria para ser extraídos y todos los electrones superficiales de los átomos
de la superficie abandonarían de golpe el metal, al cabo de ese tiempo. Por el
contrario, se comprueba experimentalmente, que desde que incide la radiación hasta
la extracción de los electrones transcurren solamente algunos nanosegundos y
sólo son extraídos unos pocos electrones de los millones que componen las capas
superficiales.
La energía emitida es discontinua, va en paquetes, tal como
había enunciado Plank (que sin embargo creía que se propagaba repartida en la
onda, como lo suponía la teoría clásica). La aportación original de Einstein es
que la energía se transmite e impacta de manera discontinua o discreta, en
paquetes.
La emisión de electrones es casi instantánea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario